Crónicas

ESPÍRITUS DE LA TIERRA

 

Una pequeña aventura del Chaman Verde

Luke Moonstone –Lobo Verde para la tribu de su padre y Green Shaman en la Orden de los Metaviajeros– respiró a todo pulmón el aire del bosque y dejó que la paz lo rodeara y cayera sobre él como un suave manto de plumas.
Estaba a solo cincuenta kilómetros del famoso Empire State –el icónico edificio en una de cuyas caras todavía podía apreciarse la marca del choque de ColliAntü y el Caballero Escarlata durante la batalla de Nueva York– pero se hallaba completamente rodeado por la naturaleza.
El Parque estatal Harriman, al norte de Manhattan, forma parte de un gran entramado de reservas ecológicas cercanas al río Hudson que cuentan con senderos, alojamiento y varias comodidades para los amantes de la vida al aire libre.
Luke había decidido que aquel era un buen momento para buscar la soledad y la paz de la tierra. La visión en el reino de Sarakuche todavía rondaba por su cabeza, su abuelo había vuelto a su tierra natal después de su partida a lomos del gran dragón rojo y las misiones diplomáticas estaban casi listas a partir, así que no tenía mucho tiempo y quería reflexionar… pero no podía hacerlo en medio del caos de la Gran Manzana. Necesitaba tierra, árboles y un paisaje sereno.
Así que, tras avisar al resto “por si acaso” había armado una pequeña mochila, tomado un auto y partido de madrugada, para que las primeras luces lo recibieran en medio de aquel feraz entorno, apartado incluso de los senderos oficiales perfectamente marcados para conveniencia de los turistas.
Acomodado en posición de loto sobre un mullido parche de césped, de cara al este con el torso desnudo y los ojos cerrados, dejó que la luz del sol naciente lo bañara poco a poco. Estaban en julio, así que el clima era agradable, no muy caluroso a esa hora temprana. Una ligera brisa acariciaba su piel, los miles de pequeños sonidos de la vida salvaje que iniciaba una nueva jornada –con los seres diurnos despertando y los nocturnos volviendo a sus cubiles– eran los únicos que llegaban a sus oídos… Un momento perfecto.
Luke dejó la mente en blanco, se relajó casi completamente –como buen indio y Metaviajero, una pequeña parte de sí seguía alerta a cualquier posible peligro– y su yo interior se dejó llevar a los reinos espirituales por tres o cuatro horas.
Cuando, ya avanzada la mañana, abrió los párpados tras su larga meditación, se encontró mirando de frente a los grandes ojos color naranja de un búho inmenso que lo contemplaba desde una rama baja.
Esa ave no era, claramente, algo natural: Medía  más de un metro de alto –el búho real, el más grande conocido, alcanza a 70 centímetros– y debía pesar el doble que cualquier otro ejemplar, aunque el tallo que lo sostenía no parecía doblarse bajo su peso. Los mechones de plumas a los lados de su cabeza –que normalmente se confunden con orejas y los diferencias de las lechuzas– eran muy pronunciados y parecían tener cierto movimiento propio. Su plumaje brillaba en colores marrón, dorado y blanco… Y, pese a lo avanzado del día, el animal estaba completamente alerta. Un búho normal hubiera estado durmiendo tras su caza nocturna.
Luke lo contempló sin parpadear, evaluándolo igual que el ave parecía evaluarlo a él: Si hubiera sido peligroso, su “sexto sentido” le hubiera advertido, pero no sabía desde cuándo era vigilado así que no parecía tener nada que temer… de momento.
Su mente recorrió rápidamente el catálogo de seres sobrenaturales reconocidos por las culturas nativas americanas y un par de minutos después hizo una conjetura que le pareció razonable: Aquel ser era un Gan-da-yah, un espíritu protector de la naturaleza reconocido por los indios iroqueses. Según recordaba, podían aparecerse en varias formas, sobre todo de aves: Un petirrojo las buenas noticias, un búho para advertencias, un murciélago que trae noticias de lucha a vida o muerte… Así que aquel ser estaba allí por una razón muy concreta.
Lo saludó con una breve inclinación de cabeza y se dirigió a él en mohawk, la lengua iroquesa que mejor conocía por sus estudios.
–Bienvenido, hermano.
–El bienvenido eres tú, Lobo Verde del pueblo de las grandes llanuras –replicó el “ave” abriendo ligeramente el curvo pico, aunque no parecía articular las palabras –. Has llegado entre nosotros buscando paz y en paz te recibimos.
–Me siento honrado, noble espíritu.
Siempre has honrado, en tu vida y en los hechos, tu herencia y a la madre tierra que a todos nos cobija, brujo-guerrero de la Orden de los Metaviajeros. Estamos al tanto de las hazañas que has realizado con tus amigos y es por eso que nos alegra tenerte aquí… para que puedas rectificar un mal que amenaza.
–Si en algo puedo ayudar, soy todo oídos.
–Hace muy poco tiempo, tú y los otros alejaron a una terrible amenaza que llegó desde el mar en una gran batalla. Pero una de las consecuencias de esa batalla nos acecha desde entonces.
–Dime cual es y trataré de alejarla de ustedes.
–No esperábamos menos. Tras su pelea, muchos enemigos huyeron. Algunos fueron perseguidos y exterminados… pero no estos. Hace un par de semanas entraron al bosque tres orcos con dos de los demonios lobunos que ustedes llaman “wolfermongs”. Estos seres, que no respetan a la madre tierra ni al creador, han estado devastando el territorio y atacando a sus habitantes… No se atreven aún a asaltar humanos por simple miedo a ser descubiertos, pero no dudamos que lo harán cuando se sientan más fuertes y seguros.
–Comprendo… Y me siento responsable en parte por este mal que los atacó.
–No es tu culpa, ni de tus amigos. Eso lo sabemos… Pero, ya que el creador te ha traído a nosotros, solicitamos tu auxilio para restaurar el orden.
–Y es una tarea que debo culminar, en mi nombre y el de mis amigos. Guíame hacia el enemigo, noble guardián… y me ocuparé de ellos.
–No esperábamos menos de ti. Prepárate y sígueme.
El Chamán abrió su mochila y sacó el equipo: Su chaleco con refuerzo interior a prueba de balas y cuchillos, el arco colapsable y su carcaj de flechas, el tomahawk, un par de puñales y un fuerte lazo que se cruzó sobre el hombro izquierdo. Con un poco de renuencia añadió algunos de los dispositivos que el Artesano Dorado había creado para ellos y podían ser útiles en caso de apuro. Tras armarse se puso de pie y miró al gran búho.
–Estoy listo. Te sigo.
El gan-da-yah alzó vuelo en silencio internándose en la foresta y el Metaviajero lo siguió sin hacer el menor ruido. Anduvieron por alrededor de treinta minutos, adentrándose en la parte más profunda de la reserva, hasta llegar a su objetivo.
Los desertores del ejército de la oscuridad –que seguramente habían escapado antes de la victoria de la alianza de humanos, chemaiari, grifos, dragones y Metaviajeros que defendió la sede de la ONU– se habían instalado cerca de un pequeño riacho, construyendo dos primitivos refugios que a duras penas podían ser llamados “chozas”, junto a las cuales compartían los restos de una presa de caza que debía haber sido su desayuno frente a un pequeño fuego.
Los tres orcos eran de una variedad verde-amarronado un poco más pequeña que los verdes y grises más feroces que habían combatido hasta entonces. A uno le faltaba la mano izquierda y llevaba el muñón tapado con sucias tiras de tela de las que asomaban algunas hojas curativas… Seguramente lo había quemado para evitar la hemorragia. Otro tenía una pierna y brazo vendados de la misma forma desprolija y a uno de los wolfermongs –que roían un par de grandes huesos junto a la hoguera– le faltaba una pata trasera. Todos tenían manchas de sangre seca que debían tener varios días.
–Un grupo encantador… –murmuró Luke, atisbándolos desde detrás de unos arbustos y un árbol en el que se había posado el gran búho… que giró su cabeza hacia él con un claro gesto de incomprensión –Solo estaba siendo irónico, una costumbre que me contagió el Caballero Escarlata. Ya veo a qué te referías.
Pensó unos momentos, decidiendo que lo justo era darles una oportunidad de rendirse. Al fin y al cabo, si habían escapado de la batalla tal vez no buscaran problemas.
Empulgó una flecha en el arco, se puso de pie y avanzó entre los arbustos, llamando la atención del grupo solo cuando salió al descubierto.
–¡Quédense donde están! –advirtió, tensando el arco –No tendrán problemas si no se los buscan.
Los wolfermongs gruñeron sin moverse. Un orco se puso de pie y los otros dos tendieron la mano hacia sus propias armas… Deteniéndose cuando la flecha se clavó justo en la culata del rifle que uno iba a tomar. Antes de que lo advirtieran Luke ya tenía una nueva saeta lista a disparar.
–Dije quietos… –repitió –La próxima será mortal. Les estoy dando una oportunidad de rendirse, pero no pongan a prueba mi paciencia.
–Te conozco, humano –dijo el orco que se había parado –. Eres uno de los que se nos había ordenado destruir… Y mataron al comandante.
–Saben bien que la mayoría de los suyos fueron exterminados, pero solo peleo cuando me obligan. Si dejan sus armas y se rinden podrán salir vivos.
–¿Y qué harías con nosotros?
–Entregarlos a las autoridades, por supuesto. Dije “vivos”, no “libres”… y los espíritus de este bosque no los quieren aquí, destruyendo su tierra.
Mientras hablaba Luke notó más movimiento a su alrededor: una multitud de grandes aves –búhos, lechuzas y otras especies, incluso un par de águilas calvas– se habían ido posando en las ramas bajas de los árboles, sin sacar la vista del grupo enemigo. El gan-da-yah había llamado a los refuerzos…
–Tu oferta no nos agrada, humano –respondió al fin el orco tras mirar de reojo a los otros dos, que se preparaban a atacar –. Nos gusta la libertad.
Inmediatamente gruñó en un tono particular que hizo que los wolfermongs se lanzaran al ataque, rápidos y letales como demonios.
Una flecha en la cerviz hizo que el primero –el que le faltaba una pata– besara el suelo antes de alcanzar a saltar. Su compañero, más veloz, consiguió impulsarse y ya estaba en el aire cuando el Chamán comprendió que no alcanzaría a sacar su hacha a tiempo… Pero en ese instante un águila y el gran búho cayeron sobre la bestia con las garras listas a herir, interceptándolo antes de que completara la parábola y haciéndolo caer, medio ciego y con el rostro ensangrentado.
Los orcos, en tanto, habían aprovechado la confusión para recuperar sus armas: dos rifles-ametralladora, tres espadas cortas y una maza con pinchos. Luke lanzó un par de flechas que hirieron a uno listo a disparar y se apartó tras un tronco a tiempo para evitar las balas del otro.
Sacó del bolsillo un par de minibombas de humo –a veces los trucos de Nik podían ser realmente útiles– y las arrojó hacia sus contrincantes para confundirlos. Después dejó el arco, desplegó una de las lanzas compactadas que llevaba y la hundió certeramente en el pecho del cabecilla, que seguía de pie.
Los alados habitantes del bosque se habían arrojado a un tiempo sobre los invasores, sumándose a la confusión. Era el momento de acabar con eso.
Luke sacó su fiel tomahawk y emprendió la carrera, partiendo al pasar el cráneo del wolfermong cegado, que aún se debatía lanzando mordidas al aire. El tercer orco había arrojado su rifle a un costado y empuñado la espada, con lo que se enfrascaron en un brutal combate… que sin embargo fue muy breve. El Metaviajero ya había acumulado demasiada experiencia en esas lides como para dejarse vencer.
Cuando su contrincante cayó con el cuello partido en dos y el humo se disipó Luke notó que el gan-da-yah se había posado sobre el cadáver del que todavía tenía la lanza atravesada con una mirada brillante.
–Los invasores están muertos y se ha hecho justicia –dijo, con la mirada brillante –. Te damos las gracias, Lobo Verde. Has hecho honor a tu fama en todo sentido.
–Hubiera preferido que se rindieran sin pelear. Como dije, no es algo que me agrade.
–Pero todos hacemos lo que debemos hacer, brujo-guerrero… Y lo hacemos cuando se necesita. Sabemos que tu corazón ama la paz pero también la justicia. Y que no te echarás atrás en el combate contra la oscuridad, al igual que tus amigos… Pese a las pruebas que se avecinan.
–¿Puedes decirme algo más sobre eso?
–Solo que el camino será arduo y todavía largo. Pero la Orden de los Metaviajeros tiene la fuerza para recorrerlo. No te preocupes por estos cuerpos… La tierra se hará cargo de la purificación.
El gran búho se iluminó por un instante y desapareció en una mezcla de niebla y destello, mientras las aves alzaban vuelo.
Luke contempló el ahora solitario paisaje y guardó sus armas con un suspiro. No se podía cambiar algunas cosas… pero sí seguir luchando, como bien sabía.
Emprendió el regreso canturreando una vieja canción tribal que su abuelo le había enseñado.

Sobre el autor

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Néstor E. Catalogna

Más de medio siglo como fan de la Fantasía, la Ciencia Ficción, el comic y sobre todo de LOS LIBROS. Primer Metaviajero, fabricante de varitas y creador de Universos.

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